Este blog tiene una doble función: por un lado, me gustaría que me sirviese a mi de aprendizaje. Por otro, trato de compartir algunos conocimientos relacionados con los perros para quien le pueda interesar.

No pretende ser una guía canina ni es rigurosamente científico, se trata de simplificar conceptos y transmitirlos de una forma amena para quien no esté familiarizado con este mundillo.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Tristón se llamaba Stone

Existen 343 razas de perros reconocidas por la F.C.I. (Fédération Cynologique Internationale) aunque, según dónde mires este dato, puede subir hasta más de 500, separando las variedades de tamaño, por ejemplo, en distintas razas.

Obviamente, yo no he visto "en vivo" todas. Algunas razas son muy comunes en España, pero otras no tanto. Las más raras las he visto en alguna exposición canina a la que he ido y también estando de viaje en otros países. Y, siempre que me parece que estoy delante de un perro "nuevo" para mi, confirmo la raza con el dueño: "Es un Rhodesian Ridgeback, ¿verdad?". Normalmente me responden "Sí, ¿cómo es que conoces la raza?" Y yo, que paso de reconocer mis tontadas a un desconocido, respondo: "Es que me gustan mucho" y ya está. Mentira no es... a mi me gustan todos los perros.

Ayer me volvió a pasar algo así en el parque. De pronto, apareció una chica con una cachorra preciosa que me resultaba familiar. "¿Es un Bulldog Americano?" Y la dueña, sorprendida, me dijo: "¡Sí! normalmente la gente me pregunta si es un Pitbull y me da mucha rabia! ¿Cómo lo sabes?".


Bulldog Americano
Era la segunda vez que veía un Bulldog Americano real. Es un perro raro en España, aunque bastante popular en Estados Unidos. Atlético y musculoso, con cara de fiero pero ojos tiernos, muy inteligente, muy sociable... Una raza que me gusta especialmente porque al primero que vi, lo metimos en casa. Y aquí viene la historia de Stone.

Hace once años, cuando mi perra era aún un cachorro de poco más de 4 meses, un día encontramos en la puerta de nuestro jardín un perro abandonado. Parecía, por su aspecto, un perro algo peligroso, pero se le veía sumiso y cariñoso, y entró en casa voluntariamente.


Stone y yo

Mientras localizábamos a su dueño a través del chip, le hicimos un rincón en nuestra casa. Le metimos en la bañera con 1 litro de jabón y conseguimos quitarle las garrapatas y que recuperara algo su color blanco. Su aspecto distaba mucho de ser el verdadero de un Bulldog Americano.


Además, su principal problema no era la suciedad, era la desnutrición. Se le marcaban todos los huesos, era todo cabeza y ojos. Unos ojos tristes y resignados. 

Mi padre lo llamó Tristón, y no iba muy desencaminado. Cuando conseguimos hablar con su dueño, éste confirmó que era un Bulldog Americano y se llamaba Stone. Él se lo había dado a un amigo que tenía una parcela en la sierra tras el nacimiento de su hija (clásica historia de "como tenemos un bebé, ya no tenemos tiempo ni espacio suficiente para el perro, será más feliz en el campo") y mantenía el contacto con este "amigo", quien le aseguraba que el perro allí estaba muy a gusto, a pesar de que hacía meses que Stone ya no estaba con él y deambulaba por ahí, abandonado.


Cuando este chico vino a recogerle y vio a su perro, casi se echó a llorar. Lo vio tan flaco, le dio tanta pena y se alegró tanto de recuperarlo que dijo que nunca más se separaría de él, a pesar del bebé y a pesar de lo que fuera. Y no volvimos a saber más de Stone, pero a lo largo de estos años me he acordado varias veces de él y sólo espero que viviera el resto de su vida como un rey.

Mi perra y Stone

Llegados a este punto de la historia, la dueña de la cachorrita del parque que me preguntaba cómo era posible que supiese que su perra era una Bulldog Americano, exclamó "¡Qué suerte tuvo Stone!"

Sí, Stone tuvo suerte de que le abriésemos la puerta del jardín, de que le diésemos comida, le bañásemos, jugásemos con él, le mimásemos y localizásemos a su dueño. 


También tuvo mucha suerte su dueño, que creía que lo había dejado en buenas manos y se dio cuenta entonces de que su amigo le había mentido, de que nadie cuidaría a Stone como él y de que donde mejor estaba su perro era en su propia casa. 


Más suerte aún tuvo mi perra que, siendo sólo una cachorra, tuvo durante unos días a Stone de hermano mayor. No se despegaba de él, le dejó todos sus muñecos y su cesta. Imitaba hasta sus gestos y creo que aprendió de su serenidad y equilibrio. 


Y los que más suerte tuvimos fuimos nosotros por encontrarlo. Conocimos así a un auténtico ejemplar de Bulldog Americano (no hay muchos... de hecho, esta raza estuvo a punto de extinguirse a mediados del s.XX, cuando sólo quedaban algunos en los ranchos del Sur de EE.UU.), y descubrimos que, a pesar de su aspecto fiero, era un perro familiar, tranquilo y bueno, amable con nuestra cachorra, cariñoso con todos y fiel a su dueño con quien, sin guardar rencor alguno, se fue muy contento moviendo el rabo. 


2 comentarios:

  1. Chulisimo tu relato...dan ganas de tener uno!

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  2. Joder, cómo lloré... y eso que tuvo un final feliz. Estoy súper enganchada a este blog, es increíbnle lo bien que escribes y lo mucho que sabes del tema. Es tan raro encontrar un espacio tan bueno acerca de perros. ¡Gracias!

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