Este blog tiene una doble función: por un lado, me gustaría que me sirviese a mi de aprendizaje. Por otro, trato de compartir algunos conocimientos relacionados con los perros para quien le pueda interesar.

No pretende ser una guía canina ni es rigurosamente científico, se trata de simplificar conceptos y transmitirlos de una forma amena para quien no esté familiarizado con este mundillo.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Burocracia animal

Indignada me hallo hoy y por eso os escribo un post rapidito.

Resulta que un día, en frente de mi oficina, apareció una cachorra de Pastor Alemán (aunque yo juraría que era más bien un Pastor Holandés), de unos 8-10 meses, perfectamente limpia y nutrida, aunque delgada, pero sin collar, sin dueño y sin rumbo fijo.

Pastor Holandés muy parecido a "Kira"
Los guardas de seguridad del edificio en seguida la acogieron, ella era simpática y se dejaba tocar, estaba tranquila. Llamaron a la policía para que vinieran a ver si tenía chip pero uno de los guardas desde el principio se encariñó con ella y dijo que él se la quedaría si nadie la reclamaba. Le puso nombre (Kira), le hizo una correa con unos cables de teléfono, le compró una bolsa de picos de pan y le estuvo dando toda la mañana. En la oficina, más gente se interesó por la perra, era buena y muy bonita y más de uno se ofreció a llevarla a su casa.


Cuando llegó la policía, se demostró que, efectivamente, sí tenía chip. Se la llevaron y llamaron al dueño al teléfono de contacto, pero nadie contestó.
microchip como el que identifica a "Kira"

De esto hace ya 3 semanas, y el dueño sigue sin contestar al teléfono. El guarda de seguridad llama insistentemente a la perrera, ofreciéndose a sacar a Kira de ahí y acogerla, comprometiéndose a devolverla si el dueño apareciese. Pero no. Le han dicho que, si el dueño siguiese sin responder a la llamada, le mandarían un telegrama. Y, pasado un tiempo "prudencial", si no contestase tampoco al escrito, se publicaría un anuncio en el Boletín Oficial del Estado... el cuento de nunca acabar.

Y, mientras, Kira encerrada en una jaula de la perrera... pudiendo estar tumbada en un sofá.


¡¡¡¡Qué impotencia!!!!

martes, 24 de septiembre de 2013

Mejor que Nana

Ni el capitán Garfio, ni los niños perdidos, ni Campanilla. Mi personaje favorito de Peter Pan ha sido, desde siempre, Nana, ese perrazo con cofia y delantal que recoge, una y otra vez, el cuarto de juegos de los niños.
Nana, mejor actriz de reparto en Peter Pan
 
El instinto de protección del perro (aunque en unos está más acentuado que en otros) es algo innato hacia sus cachorros. Y, en un perro equilibrado, la llegada de un bebé a casa es todo un acontecimiento. 
Por un lado, quien llega es un nuevo líder, alguien que, a pesar de su tamaño, ya tiene autoridad sobre él o, mejor dicho, la tendrá en cuanto empiecen ambos a interactuar. Por otro, es un “cachorro” indefenso que necesita abrigo, alimento y protección. El perro es plenamente consciente de todo eso e intentará ayudar, desde su posición, en todo lo posible.

Todos hemos oído historias de perros que velan por niños pequeños, que duermen bajo la cuna y avisan de si el bebé llora en mitad de la noche, o no dejan acercarse a extraños si el niño duerme, o se quedan quietos a su lado para que el pequeño dé sus primeros pasos sujetándose en ellos. Algunos perros son como Nana, de infinita paciencia, y se dejan meter los dedos en los ojos, las manos en la boca, que les agarren las patas y el rabo… con resignación. Pero cuidado, no todos tienen tanto aguante y, es más, hay perros que no disfrutan de la presencia de los niños en absoluto y huyen de sus trastadas.

Generalizando mucho, los perros grandes suelen ser más pacientes que los pequeños, pero esto no es una ciencia exacta y, aunque genéticamente un Pastor Alemán está más predispuesto a defender a su amo a toda costa que un Carlino, siempre hay excepciones, así que en este post no hablaré de razas. Todos son perros e, independientemente de su pedigrí, pueden darnos grandes lecciones de humanidad y saber hacer.

En Carolina del Sur, EE.UU., un perro mestizo llamado Killian ha sido noticia la semana pasada. Sus dueños, Benjamin y Hope Jordan, contrataron a una niñera de 22 años para cuidar de su hijo de 7 meses… sin imaginar siquiera que esa mujer podría maltratar verbal y físicamente a su niño. Killian, el perro, fue quien les avisó. Pasados cinco meses de la llegada de la niñera a la casa, el perro fue volviéndose más agresivo hacia ella, le gruñía y ladraba cuando entraba por las mañanas y automáticamente se ponía delante del bebé. Los dueños, viendo que este comportamiento era anormal en su perro, decidieron grabar a escondidas lo que pasaba en su casa y lo que descubrieron, os podéis imaginar, no fue nada agradable.

El final, sin embargo, es feliz. El bebé está sano y salvo. La chica ha sido condenada a cárcel (de 1 a 3 años) y aparece ya en su registro este abuso a menores para que no pueda volver a trabajar en nada relacionado con ellos.  Y los padres sonríen, aliviados y agradecidos a Killian, quien ha demostrado ser mejor niñera aún que Nana.   

Killian, su dueño, su protegido y la monstruo de la niñera




sábado, 7 de septiembre de 2013

Lo inexplicable

Antes de que suene el despertador, noto que Berta me mira fijamente, sentada al lado de la cama. Con las orejillas alerta, parece que lleva ahí siglos, tratando de despertarme telepáticamente. En cuanto abro un ojo, o aunque no lo haga, ella sabe que ya no duermo y empieza a mover el rabo, esperanzada, porque ya queda menos para desayunar. Ella desayuna a las 7, come a las 14 y cena a las 21 y te lo hace saber con tal exactitud que nos preguntamos si llevará reloj de pulsera.

Si estoy triste, Prechel no se despega de mi pierna. Creo que pretende que crea que, casualmente, le apetece estar ahí, bien pegadita a mi. Por si me hace falta un abrazo. Ella es especialista en eso, simplemente se queda quieta, sentada entre mis piernas, y se deja abrazar. Es un encanto y lo hace con todo el mundo: según entras por la puerta, ella evalúa si te hace falta su compañía y a qué nivel. Habría sido una perra de terapia fantástica.

Mino, que era más listo que el hambre, se tenía aprendido el camino que hacíamos todos los fines de semana para ir al campo. Vigilaba durante todo el trayecto que íbamos bien. Si salíamos de la carretera habitual, se ponía a ladrar y gimotear como un loco. Si volvíamos al camino, se callaba.

Carlota movía el rabo siempre que su dueño sonreía. Siempre, siempre, aunque no la estuviese hablando a ella ni haciendo caso, ni hablando de nada relacionado con ella. Pero si, en el transcurso de una conversación con cualquier interlocutor, él sonreía, ella también, a su manera.

Trufa aprendió a diferenciar los días laborables de los festivos y, mientras que, de lunes a viernes, se quedaba tranquilamente sola en casa sin protestar, no consentía que la dejasen sola mucho rato durante el fin de semana.

A Banda, sus dueños la dejaron en casa de unos familiares en Sevilla, desde donde pronto se escapó. A los pocos meses, apareció de nuevo en su casa de Madrid... nadie se explica cómo pudo hacerlo.

Sabemos que los perros tienen instintos pero, a veces, siguen sorprendiéndonos con actitudes o gestos inexplicables. O yo al menos, no consigo comprender cómo saben qué hora o qué día es, cómo perciben nuestros sentimientos ni cómo son más fiables en los caminos que un GPS. Por muchos miles de años que hayan permanecido a nuestro lado, siguen siendo una caja de sorpresas para el ser humano.

Se sigue investigando y avanzando en técnicas de detección de cáncer con perros. Según la revista médica British Medical Journal, los perros son capaces de oler el cáncer, aunque la enfermedad aún esté en su fase inicial. Ellos lo perciben, al igual que pueden adelantarse y avisar a su dueño de que va a sufrir un ataque epiléptico. También pueden notar cuándo va a ocurrir una catástrofe natural con antelación, como los pájaros y otros animales, lo cual puede salvar muchas vidas.

A pequeña escala, yo sigo sumando ejemplos de esa inteligencia canina que va más allá. Pequeños detalles que, a veces, te hacen pensar que ellos saben muchas más cosas que nosotros. O, al menos, que saben muchas más cosas de las que nosotros creemos.

Fotografía de EFICAN, terapia con perros